Título original: Ben-Hur
Año: 1959
País: EE.UU.
Duración: 213 min.
Director: William Wyler
Guión: Karl Tunberg, según la novela homónima de Lew Wallace
Música: Miklos Rozsa
Montaje: Ralph Winters y John Dunning
Fotografía: Robert Surtees
Productor/es: Sam Zimbalist
Compañía: MGM
Intérpretes: Charlton Heston, Jack Hawkins, Stephen Boyd, Haya Harareet, Hugh Griffith, Martha Scott, Cathy O'Donnell, Sam Jaffe et al.
Ganadora de 11 Oscar: película, director, actor, actor secundario, montaje, música, fotografía, dirección artística, diseño de vestuario, efectos especiales, sonido
El
tribuno Messala acaba de llegar a Jerusalén, la capital de Galilea.
La zona es un lugar fronterizo, poco agradable para el Imperio Romano
debido a la poca docilidad de su población. De hecho, reina en la
ciudad un clima hostil que puede culminar con una violenta rebelión,
algo que Messala deberá evitar a toda costa. Por eso recurre a su
íntimo amigo Judá Ben-Hur, el heredero de una familia noble de la
ciudad, para que hable con sus vecinos y les convenza de que se
sometan pacíficamente al poder de Roma. Sin embargo, Ben-Hur no
acepta que su pueblo sea tiranizado, lo que Messala considera como
una traición al emperador. Cuando el nuevo gobernador, en
visita a la ciudad, es herido accidentalmente, Ben-Hur será
considerado el principal sospechoso. Messala, movido por el rencor y
la ira, lo condenará a remar en las galeras, al tiempo que ordena el
encarcelamiento de su hermana y su madre. A partir de ese momento, el único propósito de Ben-Hur será el de regresar a Jerusalén,
vérselas con Messala y consumar su venganza, aunque en ello le vaya
la vida.
Todo
esto sucede al mismo tiempo que un joven judío de Palestina, al que
algunos llaman el Mesías, se dedica a difundir unas enseñanzas un
tanto peligrosas para Roma.
De
todos es sabido que actualmente el cine está atravesando una crisis (no sólo creativa, sino también económica) cuya causa principal,
según los expertos, hemos de encontrarla en la piratería. Por eso,
muchos gurús de Hollywood se empecinan en vendernos el 3D, un producto sólo disfrutable en el cine, como el único remedio eficaz
para luchar contra esta (presunta) lacra.
Sin
embargo, esto no es nuevo. Ya en los años 50 surgió un aparato que
amenazó la existencia del joven Séptimo Arte: la televisión, un
elemento que se iba colando imparablemente en los hogares de todo el
mundo. Como en aquella época no había suficiente tecnología para rodar películas en tres dimensiones, las principales
productoras decidieron hacer frente a este nuevo enemigo inventando
el llamado Cinemascope: una pantalla inmensa con la que se aumentaba
considerablemente el campo de visión y, con ello, la
espectacularidad de la experiencia cinematográfica. Sin embargo,
este nuevo hallazgo no servía de nada si lo que se exhibía en las
salas no cumplía las expectativas. Por eso, cuando alguien tuvo la
idea de llevar de nuevo al cine una novela escrita por Lewis Wallace
sobre los últimos días de Jesucristo, que ya se había adaptado
al celuloide 34 años antes con excelentes resultados, se decidió
poner toda la carne en el asador y crear un espectáculo digno de
pasar a la historia. Nacía así "Ben-Hur", una de las mejores y
mayores obras cinematográficas de todos los tiempos.
Ante todo, "Ben-Hur"
es sinónimo de espectacularidad. Todos los elementos que la
conforman hacen de ella una película sobresaliente: su magnífica
dirección artística, colosal pero elegante al mismo tiempo; la
poesía de sus diálogos; la fuerza de su historia; la cantidad de
extras, caballos e incluso barcos que se emplearon en su rodaje...
Pero ya se sabe que la potencia sin control no sirve de nada, y en
esto tiene mucho que decir William Wyler, director capaz de realizar
bodrios completamente olvidables como "La señora Miniver"
o auténticas obras maestras como "Los mejores años de nuestra vida". El cineasta estadounidense maneja con soltura todas las
piezas a su disposición para hacer de "Ben-Hur" un filme
inolvidable. Así, la música está tan hermosamente compuesta por el
gran Miklos Rosza como bien empleada por Wyler, sonando exactamente
cuando tiene que sonar y actuando como contrapunto perfecto al texto
y las imágenes. Del mismo modo, la fotografía, obra de Robert Surtees, conjuga
espectacularidad y lirismo, combinando amplísimos planos generales totalmente
iluminados, cuyo propósito no era otro que sacarle el máximo
rendimiento a una pantalla gigantesca, con cuidadísimos claroscuros
dignos del mismísimo John Ford. Lo mismo se puede decir del montaje:
todas las secuencias de la cinta poseen el tempo justo, hasta el
punto de que sus tres horas y media de duración no se hacen largas
en absoluto. Sirva como muestra de ello la celebérrima, magnífica,
gloriosa e intensísima secuencia de la carrera de cuádrigas (imitada descaradamente, y de forma bastante correcta, por George
Lucas en el primer episodio de su saga galáctica) ejemplo máximo
de cómo se deben engarzar los planos para darle ritmo a una escena.
Quizás
sea esta paradójica mezcla de apoteosis y humildad lo que hace de "Ben-Hur" una película tan magistral. Y es que "Ben-Hur"
no sólo es un filme hecho para mostrar el poderío de Hollywood,
sino también para contar la desgarradora historia de un hombre que
lucha por sobrevivir e implora venganza. Por eso, en "Ben-Hur" vamos a encontrarnos con personajes llenos de matices, los cuales,
además, están encarnados por unos intérpretes en estado de gracia.
Por un lado, tenemos a los secundarios, entre los que
destacan nombres como los de Cathy O'Donnell (que ya había trabajado
a las órdenes de Wyler en "Los mejores años de nuestra vida") en el papel de Tirzah, la hermana de Ben-Hur; Jack Hawkins, que pone
rostro a Quinto Arrio; o Haya Harareet en la piel de la atormentada
esclava Esther, amor platónico y prohibido del bueno de Judá.
Pero,
sin duda, los que se llevan la palma son los protagonistas: Charlton
Heston y Stephen Boyd, Ben-Hur y Messala respectivamente. Por lo que
respecta al primero, no podemos negar, por muy mal que nos caiga debido a sus "peculiares" convicciones políticas, sus notables
cualidades interpretativas, y mientras que en ese chiste sin gracia
llamado "El mayor espectáculo del mundo" no estaba a la
altura, aquí realiza un trabajo descomunal, posiblemente el mejor
de su carrera, manifestando con gran verosimilitud la ira, la
alegría, la pena, el odio, el asombro y la esperanza. Es impagable
la expresión de su rostro cuando, convertido ya en esclavo y rumbo a
su destino en las galeras, se topa con un Jesucristo que le da de beber; o en la secuencia
del vía crucis, cuando reconoce en el nazareno a aquel hombre que
una vez le ayudó y, queriendo devolverle el gesto de
solidaridad, decide cargar con su cruz. En cuanto a Boyd,
si bien no está al nivel de Heston, también nos regala una
interpretación memorable, ribeteada además con cierto toque de
homosexualidad encubierta, como queriendo hacer ver que entre Messala y
Ben-Hur hubo algo más que amistad en el pasado, y que alcanza su cénit
en la secuencia del diálogo tras la carrera de cuádrigas.
Con
todo, en "Ben-Hur" también encontramos ciertas lagunas. Por
ejemplo: el hecho de que su última media hora se centre exclusivamente en la pasión
de Jesucristo, a mi juicio, rebaja considerablemente el tono narrativo que, hasta ese momento, posee la cinta. Y es que "Ben-Hur" atesora una profunda carga
religiosa que afecta a gran parte de los personajes de la historia: no en vano, muchos la conocerán como "esa película que echan en televisión todos los Jueves Santos" ¡Ojo! No quiero decir que me
parezca mal este tema, sino que, a pesar de tratarse de un suceso que
marca profundamente las vidas de Ben-Hur y su familia, y por lo
tanto, tiene una justificación narrativa, su presencia desentona bastante con el tono general del largometraje, que no es otro que el propio de una peli épica de aventuras. Es como si esta última media hora
fuese "otra película", como si se tratase de un cortometraje
añadido al final. Las referencias religiosas a lo largo del filme
son tan sutiles y breves que todo el desenlace, con su explicitud,
parece un mero "apéndice" a todo lo que se nos ha estado contando hasta entonces.
Si no fuera por este hecho, la película habría sido redonda de cabo
a rabo.
En
conclusión: pese a sus lagunas, la ganadora del Óscar a la mejor
película de 1959 es una de las mayores obras maestras de la
historia, así como el ejemplo más claro de lo que es, o en teoría
debe ser, una superproducción. Un relato en el que conviven en
perfecta armonía la más apabullante espectacularidad con el más
emotivo dramatismo. Un producto de los que ya no se hacen y que, en
una pantalla gigante, debió de ser una experiencia inolvidable.
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By Chuparrocas
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