Título original: The bridge on the river Kwai
Año: 1957
País: Gran Bretaña
Duración: 155 min.
Fecha de estreno en España: 13 de octubre de 1958
Director: David Lean
Guión: Michael Wilson y Carl Foreman, según la novela homónima de Pierre Boulle
Música: Malcolm Arnold
Montaje: Peter Taylor
Fotografía: Jack Hildyard
Productor/es: Sam Spiegel
Compañía: Columbia Pictures
Intérpretes: William Holden, Alec Guinness, Jack Hawkins, James Donald, Sessue Hayakawa et al.
Ganadora de 7 Oscar: película, director, guión adaptado, actor, música, montaje, fotografía
II
Guerra Mundial. El coronel Saito es el director de un campo de
prisioneros situado en una selva de Tailandia. Sus duros métodos, el
insoportable clima de la zona y las enfermedades tropicales han
terminado con la vida de casi todos los reclusos, con lo que el
coronel no puede llevar a cabo la orden de construir un puente
ferroviario sobre el cercano río Kwai. Afortunadamente, acaba de
llegar al campamento todo un batallón de soldados británicos,
liderados por el flemático coronel Nicholson, para solucionar el
problema. Pero Saito pronto descubrirá que sus maneras rudas y
violentas contrastan drásticamente con las del coronel inglés,
originándose de esta forma entre ellos un conflicto que pondrá en
dificultades la ejecución del proyecto.
Como
comenté en una de las entradas anteriores de este especial Óscars, el género bélico es el
que mayores obras maestras le ha dado al cine. La película que hoy nos ocupa, que no es otra que "El puente sobre
el río Kwai", no es una excepción, pero tiene la peculiaridad de
que se trata de uno de esos largometrajes que forman parte del acerbo
cultural popular.
David
Lean, director de la indescriptible "Lawrence de Arabia" (para
muchos, una de las mejores películas de todos los tiempos), es
famoso por la espectacularidad de sus rodajes. Sin embargo, en "El
puente sobre el río Kwai" esa megalomanía parece que queda en
un segundo plano para dejar paso a una meticulosa caracterización de
personajes. Y es este el aspecto más interesante de "El puente
sobre el río Kwai": sus protagonistas no son meros vehículos para
contar una historia, sino que tras ellos se encierra una simbología
más profunda y que tiene que ver con las distintas formas de
gobierno que, por aquel entonces, se daban en el mundo. Por ejemplo,
el coronel Saito es el trasunto de la tiranía y el autoritarismo;
mientras que Nicholson representa la democracia, muy acorde con su
talante británico. Así, el conflicto entre el oficial japonés y el
británico que la película nos plantea no es otra cosa que la eterna
lucha entre la civilización y la barbarie. La victoria de Nicholson
sobre el despiadado Saito, por lo tanto, habría que leerla en clave
metafórica: no es otra cosa que una representación de la victoria
aliada sobre el nazismo.
Siguiendo
con esta línea, el tercero en discordia es el oficial americano
Shears, quien, junto al pequeño comando que quiere derribar el
puente (levantado gracias a "la democracia" británica), simboliza el imperialismo estadounidense. Y por último tenemos al mayor Clipton, el médico, el único civil del campo, ajeno por
completo a las normas de la guerra (o, quizá, a las normas impuestas
por los poderosos). Él no es otra cosa que una metáfora del pueblo
llano, aquel que tantas veces no comprende las decisiones de sus
mandatarios, sean del partido que sean o pertenezcan a la forma del
gobierno a la que pertenezcan. La secuencia final, en la que le vemos
contemplando horrorizado la masacre al tiempo que afirma que todo
aquello es una locura, es reveladora, pues sirve para dejar clara la
postura de Lean al respecto: el sinsentido que pueden producir las
batallas en las que tan a menudo se enzarzan los poderosos, casi
siempre en beneficio propio. Quizá sea este mensaje tan universal lo
que ha hecho que "El puente sobre el río Kwai" haya
envejecido tan bien a lo largo de los años.
En resumen: "El puente sobre el río Kwai" no es más que un
drama sobre la locura de los gobernantes y sus consecuencias. En este
sentido, la secuencia que cierra la cinta (un plano general con
teleobjetivo que se va abriendo y alejando paulatinamente, en el que
se nos muestra toda la masacre, tanto material como humana, provocada
por las obsesiones de tres hombres de tres culturas diferentes) es
reveladora.
En
definitiva, estamos ante una película que lo tiene todo para ser grande: magníficas
interpretaciones (entre las que destaca la de Sir Alec Guinnes en el papel del coronel Nicholson, gracias al cual ganó el primer y único Óscar de su carrera), una
fotografía prodigiosa, un montaje intensísimo, una música
inolvidable y una historia con una importante carga social culminada
con un toque de espectacularidad, marca de la casa Lean. Y para
rematarlo todo, sus 150 minutos de metraje no se hacen pesados en ningún momento. Una
obra maestra indiscutible.
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