Como se dice al inicio de una de las películas que hoy nos
ocupa, la historia prefiere las leyendas en lugar de a los hombres. Y si hay
alguien legendario en los EE.UU. ese es su decimosexto presidente: Albraham Lincoln. En 2012 nos llegaron dos películas sobre la vida de este hombre fascinante: una
con una mirada más seria aunque polémica y la otra con un punto de vista más
bizarro y fantástico.
LA BUENA
En diciembre de 2012, el también legendario director Steven
Spielberg volvía a la gran pantalla con “Lincoln”, una película que llevaba
mucho tiempo planeando centrada en los momentos en los que el
presidente intentaba que se aboliese la esclavitud al tiempo que trataba de ganar
una guerra. La película, aparte del éxito económico (logró 275 millones
costando sólo 65) logró el éxito de la crítica, siendo considerada una de las
mejores películas de la temporada y la gran favorita para los Oscars de ese año.
Destacó especialmente la interpretación de Daniel Day-Lewis, reconocida con el
Oscar, el BAFTA y el Globo de Oro.
LA NO TAN MALA
El 31 de agosto de 2012 llegó a las carteleras españolas una
película con un título tremendamente sugerente a la par que detestable: “Abraham
Lincoln, cazador de vampiros”. En ella se nos cuenta la verdadera historia del
presidente, desde su infancia hasta su última noche, sin olvidar el episodio
más importante de su vida: la Guerra de Secesión. Sin embargo, le da a la
historia un toque muy particular: los vampiros quieren dominar todo EE.UU. y
aprovechan la guerra para lograr su objetivo. El joven Lincoln, mientras
intenta cambiar el país con su política, se dedica a matar vampiros a hachazo
limpio, para vengar la muerte de su madre a manos (o mejor dicho, a dientes) de
un chupasangre.
A pesar de ser un éxito en taquilla (costó 69 millones y recaudó
120), fue masacrada sin piedad por la crítica especializada, aunque para el que
esto escribe, habiendo visto maravillas como “Pirañaconda” o “Miami Magma”, “Abraham
Lincoln, cazador de vampiros” no es una película tan mala como la pintan. Si
no fuera por la desquiciante cámara lenta, su larga duración (podía contarse la
historia en una hora) y los lamentables efectos visuales (antológica la
secuencia de los caballos, que se adjunta en el vídeo de abajo), sería una gran cinta
de aventuras. Pero el director se la toma demasiado en serio, y fracasa
estrepitosamente. Aun así, uno pasa unas dos horas la mar de divertidas, aunque sea a costa de unas cuantas neuronas.
by Chuparrocas
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